La identidad es una construcción interminable, una trenza mal cosida donde anudamos memorias ancestrales de las que provenimos.
El idioma aprendido es sentido no exclusivamente como un medio de comunicación, sino como un camino de conocimiento. Cuidar, disfrutar, contemplar las palabras significa también poder reconstruirlas. Las palabras pronunciadas, descubren y sostienen, letra por letra, con refinada conciencia, la estremecedora belleza de la vida. Lo que es escuchado configura una presencia, el eco de una sangre heredada, vastos seres que nos rodean y nos iluminan.
En “Lengua madre”, el adn lingüístico afirma lo político y lo social como hecho biográfico. Una madre y su hija vuelven a su exilio a través de la voz de una niña. La búsqueda de un cuerpo común sella un pacto entre generaciones. La maternidad les revela aquello que ya se sabe pero que no imaginaban posible: el lenguaje del cuerpo, los gestos, se vuelven un espejo oracular, donde nombrar es ser.